“Mantener mi abstinencia es el proyecto de mi vida”
Me llamo Gaspar Gómez Lorenzo, tengo 55 años, soy el octavo de una gran familia de diez hermanos, de Vilagarcia de Arousa.
Recuerdo el alcohol en mi vida desde siempre, incluso a los cinco años me llamó tanto la atención, que a escondidas probé ese liquido rojo.
Ya con 16 años, los amigos nos emborrachábamos en las fiestas de los pueblos, tan frecuentes en verano.
Desde los 18 años acudía asiduamente a discotecas, y mi primer trabajo fue en un pub, donde además de poder beber más cantidad de alcohol, empecé a consumir otras drogas.
Durante muchos años, mi vida trascurrió trabajando en la noche, pub y discotecas, y siempre rodeado de alcohol y drogas. Necesitaba estas sustancias para divertirme, me desinhibía y me creía el rey de la fiesta. Desde mi perspectiva actual, ya era alcohólico.
Mis padres cansados de mi vida, me echan de casa. Consigo malvivir con empleos que duraban poco por mi falta de responsabilidad y mis muchas adicciones.
En esta etapa hay varios intentos de rehabilitación, consigo dejar las otras drogas, pero el alcohol sigue en mi vida.
Me voy a Canarias, de camarero. Durante 16 años mi vida fue rodando cuesta abajo, cada vez necesitando más y más cantidad de alcohol, llegando a desayunar cualquier tipo de bebida alcohólica, con la intención de mejorar mis temblores, que cada vez hacían más difícil mantener una bandeja o servir una mesa.
Cada vez mis despidos eran más rápidos, hasta llegar a no buscar trabajo por considerarme totalmente incapacitado física y mentalmente.
En esta época, fueron muchas las veces que pensé en el suicidio, creía que mi vida estaba acabada y no quería ser una carga para nadie. A los 46 años mi única opción era vivir en la calle, y en un momento de lucidez y gran desesperación llamé por teléfono a una hermana, que me envió un billete de avión para volver a casa.
Vuelvo a vivir con mi madre, que ni de lejos se imaginaba mi situación, la convivencia se vuelve muy complicada, pues ella no acepta mi vida descontrolada. En una reunión familiar, deciden ingresarme en Proyecto Hombre. Aquí solo aguanto dos meses, y en pocos días vuelvo a estar en el mismo sitio.
Al poco tiempo, mi intento de bajar el consumo, me lleva a un gran síndrome de abstinencia, que acaba en urgencias. En el servicio de psiquiatría, además de medicarme, me dan el teléfono de la asociación AREVA, en Vilagarcia.
El 10 de Agosto del 2010, al cruzar aquella puerta, volví a nacer. Gracias a la compresión del grupo, a no sentirme juzgado, ni presionado y al empuje de los profesionales, pude por primera vez ver una luz en el horizonte. Sentí que estaba haciendo algo por mí mismo y en ese momento me enganché a la vida.
No fue fácil, al contrario, la dureza de estos momentos me hacían dudar del beneficio de tanto esfuerzo. Llegue a creer que nunca más volvería a sonreír, pero incluso así, prefería una vida gris y no volver al infierno del que venía. Poco a poco, mi paciencia y perseverancia dieron sus frutos, a los 18 meses, una leve sonrisa en mi cara auguraba un buen futuro.
A la vez que crece mi autoestima, consigo ir estabilizando mi vida. Me involucro en la asociación y sentir que puedo ayudar a otras personas, se vuelve algo imprescindible en mi día a día.
A los cinco años, se cruza en este nuevo camino, mi actual mujer, Lilian, supone un nuevo reto, pues me traslado a vivir a Madrid.
Sabiendo que mi abstinencia tiene que reforzarse con un grupo de terapia, me integro en la asociación ACAA, de Alcobendas. No fue fácil adaptarse al cambio, pero mi nueva capacidad de enfrentarme a los problemas, me hizo crecer ante las adversidades.
Tras siete años y siete meses sin alcohol, me siento alguien diferente, vivo la vida plenamente, disfrutando de cada minuto con la total libertad de no depender de ninguna sustancia.
Por fin logré algo que nunca había imaginado: ME QUIERO. Y no necesito la aprobación de los demás para el discurrir de mi existencia.
Mantener mi abstinencia es el proyecto de mi vida.
“No hay noche que no amanezca”